El graffiti siempre ha existido, desde que el hombre empieza a dejar sus primeras manifestaciones en las pinturas rupestres, pudiéndose interpretar éstas y las actuales como una forma de expresión o como una necesidad de decir aquí estoy, estamos o estuvimos.
Conforme evoluciona el hombre y la sociedad, sus formas y técnicas de expresión cambian, según su alegría o angustia, y estas manifestaciones son entendidas como un arte o subarte para algunos.
En la actualidad el graffiti es utilizado para marcar territorios de barrios o pandillas y también por la delincuencia organizada.
Se le define como graffiti o pintada (del italiano graffiti o del inglés graff) a varias formas de inscripción o pintura, generalmente sobre propiedades públicas o privadas ajenas (como paredes, vehículos, puertas y mobiliario urbano (Wikipedia).
Atendiendo esta definición es claro que el graffiti se debe combatir porque atenta contra la propiedad, en algunas de las veces contra la imagen urbana; si es para definir territorios de bandas, se le debe combatir con mayor razón y también cuando se realiza sobre señalamientos urbanos públicos.
Deben considerarse las experiencias de otros países ante estas expresiones, sobre todo las de Estados Unidos, porque ahí es donde tiene su origen en los últimos tiempos, y por el flujo de población que tiene con nuestro país, Centro y Sudamérica.
La Metropolitan Transit Authority (MTA) de Nueva York comenzó una encarnizada lucha contra el graffiti. Se denominó a los graffiteros como buffs (entusiastas) y se comenzaron a tomar medidas tales como instalar vallas más sofisticadas en las cocheras de los vagones del Metro, recubrir los vagones con pintura resistente (white elefant’s) y aumentar la vigilancia.
Esto empezó a hacer decaer el graffiti. Algunos graffiteros buscaron artimañas para seguir adelante en esta particular lucha; otros buscaron alternativas, una de ellas fue la de cruzar el Atlántico rumbo a Europa, dando a conocer esta subcultura en el Viejo Continente.
Aparte de la particular guerra con la MTA apareció un factor antagonista y contribuyó también al declive del writing. El crack, que se adueñó de la Gran Manzana, y por si fuera poco esta droga letal no vino sola, sino que trajo consigo todo lo que rodea a un mercado negro: violencia y dinero.
Fue una época en la que un arma de fuego era algo al alcance de cualquiera, esto de algún modo cambió la mentalidad y el espíritu de muchos. Se empezaron a promulgar leyes restringiendo la venta de pintura a los jóvenes, se obligaba a los vendedores a guardar la pintura bajo llave y se endurecieron las penas contra los graffiteros.
No bastó con tener a las autoridades en contra, sino que la propia sociedad e incluso los medios de comunicación (en muchos casos a través de campañas políticas) empezaron a volverse contra ellos.
Surgieron brigadas e incluso asociaciones de vecinos antigraffiti que promovían campañas y carteles.
Surgieron anuncios en televisión y en la prensa intentando concientizar del mal que las pintadas producían en la sociedad.
Todo esto hizo a los graffiteros mucho más territoriales y agresivos.
Las anteriores referencias históricas nos conducen a la siguiente reflexión: debemos tratar de ubicar, junto con la ciudadanía organizada, a los diferentes grupos de graffiteros: están los que buscan una forma de expresión y notoriedad como arte o subarte, a ellos hay que darles espacios, hacer que entiendan que esta forma de control no le restará valor a su expresión, que no tendrían el ingrediente que les provoca la adrenalina, porque saben que no están delinquiendo.
A estos grupos también podría contratárseles para limpiar el graffiti que ofende a la ciudad, como tengo entendido que lo están haciendo en el Distrito Federal.
Y, con la misma sociedad organizada, hay que identificar los graffitis que fueron hechos por la delincuencia organizada, para denunciarlos.
Juan José Sánchez es presidente de la Comisión de Desarrollo Urbano del Parlamento de Colonias.
Daniel Neufeld
Con respecto al llamado “Arte Desobediente”, esa práctica de pegar calcas y pintar esténciles en el mobiliario urbano, quisiera compartir algunos puntos de vista, no para defender esta práctica, pero sí para considerar otros aspectos sobre la contaminación visual en nuestra Ciudad.
Posiblemente el arte urbano salió del Metro a las calles cuando las autoridades neoyorkinas prohibieron que circularan vagones pintados con letras en aerosol a finales de los 70s. Ya en la calle el graffiti de nombres y letras de colores compartió espacio con el graffiti de protesta social, y todo se reprimió por igual. Su estatus de ilegal es igual en todo el mundo, hasta la fecha, es un delito dañar propiedad pública o privada.
Debido a los apañones y persecuciones, los graffiteros tuvieron que idear formas más rápidas de dejar su marca, de ahí el esténcil, ya que con una plantilla recortada y un aerosol puedes crear una imagen en segundos; y el sticker, que además de ser lo más rápido, es limpio y no implica riesgos, si te apañan lo despegas y ya, no hay delito qué perseguir, y muchas veces puede pasar por publicidad.
Los graffiteros auténticos, los que usan lata, ven con cierto recelo los sticker, puede parecerles una práctica de “arte urbano” de chiquillos huevones, y con su dosis de razón, ya que la mayoría de estas pegas carece de contenido y de sentido, son sólo la repetición de imágenes que vienen de la cultura pop, difundidas por el cine, la televisión, los videojuegos y el internet, y pueden ir desde Chaplin hasta Mario Bros, pasando por Tin Tan, Don Ramón, Mr. Bean, o el logotipo de Apasco, etc.
Pero hay otros hechos con verdadero sentido artístico, que tienen un trasfondo, una ironía, una crítica, una creación original de parte de algún diseñador, artista o graffitero, y que, colocadas en el sitio correcto, son exquisitas viñetas para el voyeur urbano. Por ejemplo: la mona afro de Dhetar; los personajes delgados y cabezones de Skil, que aparecen como entes urbanos sorprendidos ante ciertas situaciones; los peces dientones de Sadek, pintados, cada uno, a mano, que hacen de las paredes callejeras un viaje al fondo del mar; los pósters de Ower, su Cristo con fusca, censurado y con televisión es realmente conmovedor; el Coronel Sanders con cuernos de diablo; los personajes 100{f05ac627afb76fd208c9b0148b0d742ddf8d2ab31c60daca08823acf0e7727b4} urbanos de Cawamo ejecutados con una técnica impecable; los borregos de Drek; algunos pósters de Fixe, como el irónico “Se pintan casas a domicilio”, o el “Love your job” donde veíamos la ilustración de una mano sosteniendo una lata.
El artista urbano, sea original o no, tiene que competir, con mucha desventaja, por ganarse espacios contra la publicidad y sus vallas kilométricas de anuncios, contra los pintores de eventos gruperos y, en el peor de los casos, contra los políticos, que desde mi muy particular punto de vista son los primeros implicados en la contaminación visual.
Los políticos, en tiempos de campaña, toman bardas enteras y las rotulan con su nombre repetido al infinito, y puede durar una eternidad, y nadie dice nada, todo parece normal. Así que no sólo el arte urbano es desobediente, en la guerra de darte a conocer y acaparar bardas, tanto graffiteros como empresas que quieren publicitarse, bandas y políticos, saben que todo se vale; más vale pedir permiso, pero también se puede pedir perdón. Y lo peor de la publicidad electoral: esos pendones de plástico que cuelgan de todos los postes posibles (que también son mobiliario urbano), con la cara sonriente del candidato, que a los meses ya lucen desfigurados por la erosión y que terminan siendo toneladas de basura no biodegradable.
Si me preguntan ¿qué prefiero?, prefiero ver una señal de cruce de peatones con el símbolo de peatón intervenido para que tenga cara del diablo, que mueve al humor, que ver cada cinco metros la cara del candidato en cada poste; prefiero ver una barda con un buen graffiti o unos buenos tags, a una barda con el nombre de un candidato. De todo lo que contamina visualmente la Ciudad el graffiti, los esténciles y las calcas me parecen lo más divertido, si quiera hay un poco de creatividad por ahí.
Y si todo contamina por igual, ¿de quién se puede esperar más conciencia cívica, de un candidato a servidor público, o de un chico de secundaria que sólo piensa en divertirse?
Daniel Neufeld es pintor.