Para mi mamá, que hoy cumple años (y es víctima del graffiti).
El graffiti es una cosa ancestral. Desde tiempos inmemoriales, los humanos hemos tenido el gusto por dejar constancia de nuestra presencia en el mundo, nos fascina mostrar el pequeño poderío que tenemos sobre los objetos, o ya de perdida nuestra interacción con ellos. O sea, no podemos dejar las cosas tal cual las encontramos.
Los petroglifos y las pinturas rupestres no son más que graffiti de la prehistoria. Las Tablas de la Ley, entregadas a Moisés en el Monte Sinaí, convierten a Dios, quien las escribió usando su dedo, en precursor de esta disciplina. Los tatuajes son graffiti personal, los agroglifos o círculos en el trigo son graffiti interestelar (según Maussán, por supuesto). La historia de la humanidad va de la mano con él; las pintas de contenido político, amatorio, revolucionario, casual, turístico u ocioso han quedado plasmadas en todos los recipientes posibles: muros, bóvedas, árboles, piedras, grutas, cuevas, monumentos, trenes, vehículos, subterráneos, puentes y demás superficies insospechadas, conservan aunque sea un insignificante dibujito. El graffiti es ubicuo y nuestra Ciudad es prueba de ello, tanto lo es, que ya estamos acostumbrados a verlo como parte del paisaje.
El graffiti se hace por asalto, en la penumbra, es una travesura fuera de la ley. Los hay que son trazos de ínfima estética y poca destreza en la ejecución, y los hay creativos, elaborados y gratos a la vista, pero por regla general, sólo son apreciados por sus propios creadores.
Para empezar, ellos y sólo ellos saben qué significa el insípido garabato con el que intentan dejar huella, y si se trata de toda una obra maestra enorme y colorida, podríamos alabarla, siempre y cuando no esté en nuestros dominios.
Ésa es la penitencia que llevan los incomprendidos artistas del graffiti.
Así que además del rechazo público, sufren también la persecución de la justicia y, si son sorprendidos en flagrancia, penan su falta administrativa con una sanción económica, horas de arresto o trabajo comunitario. A eso hay que agregar la terrible y alevosa competencia que tienen entre los rotuladores de bardas que, con permiso expreso, pintan propaganda de partidos políticos o la agenda de bailes con tambora y taconazo más próxima a celebrarse.
La publicidad en anuncios colocados sobre vallas metálicas -hoy tan populares- y los espectaculares, son también otra forma de competencia desleal. ¡Cómo estará la cosa, que incluso el párroco de la Iglesia del Refugio (la misma que quedó como isla en avenida Federalismo) ya les comió el mandado!: se ha puesto a hacer pintas en sus muros y ofrece bendiciones por adelantado a todo aquel que respete las paredes de la casa del Señor.
Es cierto que se han abierto espacios para el arte callejero, que algunos bares se dejan decorar por artistas del graffiti, que muchos comerciantes amistosos destinan metros cuadrados de sus fachadas para tal efecto y que, por ejemplo, el mes pasado se celebró en la ciudad el Massive urban art show, en el que gracias al patrocinio de una empresa tequilera, las juventudes del graffiti pudieron tener la materia prima tan anhelada: pinturas y superficies qué cubrir.
Pero para un rebelde, con o sin causa, nunca es suficiente, siempre se excederá de los límites marcados, siempre rebasará lo permitido y siempre tratará de desafiar.
Para el anecdotario queda la Iniciativa de ley para reformar los artículos 18 y 30 y adicionar un artículo a la Ley de Responsabilidad Patrimonial del Estado de Jalisco y sus Municipios, presentada en junio por el diputado panista Gustavo González. Con ella intentaba incrementar el castigo a los graffiteros y perseguirlos de oficio, pero a la hora de argumentar, tuvo el tino de compararlos con perros, por aquello de que marcan su territorio y atacan al invasor.
Que tienen derecho a expresarse es una verdad indiscutible, así como también lo es que tienen la obligación de respetar ciertos límites y la propiedad privada. Aquí una pequeña lista de sugerencias:
Si vas a hacer un graffiti feo, carrereado y sin valor, mejor abstente.
Usa los recuadros que los comerciantes dejan para ti, pero no abuses pintando por doquier.
No pintes cantera, piedra, mármol o concreto; no creas que eres tan importante como para que tu marca no pueda quitarse nunca.
No dañes monumentos ni edificios históricos, a muchos nos gustan como están.
No pintes automóviles ni vehículos ajenos.
Tampoco lo hagas sobre árboles y perros callejeros.
Olvida las casas y edificios particulares, pero…
Antes de pintar, atrévete a pedir permiso, a lo mejor te sorprendes cuando alguien te pida un boceto.
Y si te dicen que no, pues no. Vuelve a olvidar las casas y los edificios particulares.
Considera entretenerte en otra cosa.