Ni los muros de un templo construido en el siglo 19 ni los bajorrelieves en cantera del Museo de Arqueología del Occidente de México se salvan del graffiti vandálico.
Por el contrario, para el graffitero estos edificios de valor patrimonial son los más cotizados, ya que representan un reto y una trasgresión con altas dosis de adrenalina, pues implica burlar la vigilancia para dejar la “pinta” en los puntos más inaccesibles y prohibidos.
“Los edificios patrimoniales tienen importancia en un sentido, entre más difícil sea pintar una ‘placa’ en algún edificio porque está custodiado o porque es muy transitado, para él tiene mayor prestigio dejar allí su marca”, explicó Carmen Vidaurre, antropóloga cultural y académica del Departamento de Artes Visuales de la UdeG.
Ese reto parece ser la constante, pues los responsables del templo de Nuestra Señora del Refugio, construido en 1834, no han logrado disuadir a los graffiteros ni siquiera con bendiciones o súplicas.
“Les pido de rodillas que ya no nos pinten”, dijo desesperada la religiosa Julia Hernández.
Como todo “credo” con cientos de seguidores, el graffiti vandálico tiene su “Meca” en los edificios, esculturas y columnas localizadas en las inmediaciones del Parque Agua Azul.
Un vistazo rápido basta: el edificio que albergaba a la Biblioteca Pública del Estado y el Museo de Arqueología del Occidente de México, construidos en 1958 por el arquitecto Julio de la Peña, están tapizados de dibujos y marcas con aerosol.
Más que rotonda, según se propuso inicialmente, las pilastras en círculo del jardín central ubicado entre ambas edificaciones, ahora parecen un montón de ruinas pintarrajeadas y no las columnas del Hospicio Cabañas, allí colocadas tras su remodelación.
El problema del graffiti en esa zona comenzó hace 10 años, desde que el Tianguis Cultural se mudó a la Plaza Juárez, concurrida por cientos de jóvenes, aseguró Juan Gil Flores, director del recinto museístico.
Este acto de rebelión muchas veces se deriva de la necesidad de expresión que tienen los graffiteros sin que el Gobierno les facilite espacios para fomentar el desarrollo artístico, y buscan también marcar su territorio ante un fuerte sentimiento de exclusión, explicó Vidaurre.
La doctora en antropología cultural distinguió entre el graffiti vandálico y el artístico, pues el primero sólo es una marca, mientras que el segundo es una obra desarrollada con un alto nivel de destreza técnica y que busca expresar algo visualmente.
En Los Ángeles, California, una ciudad con un alto porcentaje de migrantes mexicanos en situaciones de exclusión, el graffiti artístico se ha desarrollado hasta ser hoy reconocido como una parte del movimiento de las artes visuales, ejemplificó Vidaurre.