De camino al trabajo en coche, por la Avenida Vallarta, espero el siga para continuar, pero me da tiempo de observar a unos chavos en minibicicletas que con cilindros de pintura en mano, hacen pintas en una barda adecuada a sus propósitos y en el lapso de un par de minutos realizan su graffiti y huyen raudos y veloces a buscar quizá otros blancos.
Continúo mi travesía y advierto que en puentes peatonales y otros muros bien pintados de empresas, así como en bardas de cotos, la expresión del graffiti es más bien común.
En el diccionario de la lengua española dice que graffiti significa grafito, letrero o dibujo hecho a mano por los antiguos en los monumentos, pero que bajo las circunstancias sociales contemporáneas, se convierte generalmente en una manifestación agresiva de protesta, cuando se trata de un trazado sobre una pared u otra superficie resistente, aplicado con una pintura en aerosol, con lemas irreconocibles.
Generalmente, los gobiernos que sufrimos condenan estos actos realizados por jóvenes contestatarios que sin duda consideran una necesidad hacerlos.
Las razones no las discutiremos ahora, pero en la portada de Science del 7 de Marzo del 2008, se puede observar un ejemplo de graffiti.
La línea que marca la división de los sentidos de Pollard Street Est, una calle de Londres, vira hacia la banqueta para trepar por las paredes de un muro y convertirse en una flor. Los londinenses lo llaman arte autogestivo, realizado por personas otrora catalogadas con comportamiento antisocial, merecedoras de un castigo de cárcel o correccional, pero que bajo esta nueva perspectiva de instituciones en pro de la sociedad, sugieren que la, en principio, actitud rebelde, se considere un nuevo tipo de arte que se estimule incluso para canalizar desahogos, aunque ahora que perdieron los laboristas quien sabe.
Páginas adentro se documenta el castigo al graffiti ampliamente extendido en la sociedad, que incluye desde luego las sanciones comentadas antes, a los autores que tienen este comportamiento.
Se menciona que en aquellas sociedades que sólo castigan, se observa un rebote de violencia que se aminora mucho en aquellas ciudades en las que además de sancionar, estimulan esta actividad canalizada como arte urbano.
Los resultados de esta investigación llevada a cabo por un grupo de científicos sociales de la Universidad de Nottingham, advierten que la penalización a estos actos, contra el orden establecido, son benéficos, sólo si se complementan con intensas campañas de cooperación social para que estos chavos expresen su graffiti de manera concertada, abriendo el diálogo para ahora sí analizar las razones de su conducta.
Algo similar sucedió en la Ciudad de México, donde se han promovido pintas de graffiti en bardas que circundan el Estadio Azteca, pero aquí en Guadalajara las autoridades se la pasan sancionando estas actividades sin proponer nada, y así se rezagan de las posibles soluciones que incluyan diálogo democrático.
Ni modo, solo resta esperar cambios que den esperanza de una sociedad más inteligente, menos represiva.