El fin de semana pasado recibimos la visita de gente que hacía tiempo no venía a Guadalajara. Aunque algunos alabaron la belleza de las zonas todavía arboladas y embelesados contemplaron las primaveras en flor, la mayoría nos comentó su tristeza por el deterioro en que encontraron nuestra otrora Perla Tapatía.
¿Debemos aceptar con resignación el franco declive de la Zona Metropolitana de Guadalajara? Varias son las plagas urbanas que nos han atacado: el graffiti, la proliferación de anuncios espectaculares y pendones publicitarios y, sobre todo, el desorden urbano y ambiental permitido por sucesivas autoridades estatales y municipales, con la consecuente pérdida de áreas verdes y aumento de contaminación por favorecer el uso del automóvil y la construcción de apretujados fraccionamientos.
La vista de la ZMG al llegar por avión es deprimente: una jungla de cemento, con poquísimos árboles, cubierta por una espesa capa de smog.
Durante las últimas dos semanas MURAL publicó ampliamente sobre la plaga del graffiti, que es, en esencia, un grito para llamar la atención. Si se practica en lugares designados para ello se vuelve una manifestación artística constructiva, pero la realidad urbana nos muestra que predomina la expresión vandálica.
La adolescencia es “falta de”, y de lo que adolece el joven es de límites que asuma como propios, por eso vive desafiando los impuestos por sus padres o por las autoridades, en una actitud de ensayo y error, o victoria, constante.
Al atreverse a ir contra la ley, en este caso agrediendo propiedad ajena, miden su poder y demuestran ante su pandilla y las contrarias su grado de arrojo; quieren saber hasta dónde pueden llegar sin que autoridad alguna les ponga límites. Al marcar territorios a través de pintas de graffiti están gritando: “¡aquí estoy!”. El alarido se dirige a sus padres, a su entorno, a la sociedad y, sobre todo, a la autoridad. El mensaje implícito en esta llamada de atención juvenil es: “existo y necesito límites que me sean impuestos por autoridades congruentes, para poder madurar”.
Es un hecho que entre más descuidada esté una colonia, tanto por sus habitantes como por el Ayuntamiento, más incidencia hay de pintas; aunque también es cierto que ningún fraccionamiento, por más elegante que sea, se salva de algún rayón. Graffitear en propiedad ajena es un hecho violento, y todo acto de este tipo deriva de un enojo provocado probablemente por la falta de atención de sus padres, por el deplorable estado de la colonia donde se vive, por la agresión de otras pandillas sin que haya justicia que defienda, o por el rencor hacia unas autoridades que no apoyan y que reparten de manera desigual los presupuestos que tienen asignados.
Sobra decir que el mejor ejemplo es el que se practica, no el que se predica. ¿Y qué es lo que observa el adolescente en el mundo de adultos del que formará parte muy pronto?
En principio, se puede criticar a los tres Poderes por no ser el mejor ejemplo a seguir por los graffiteros vándalos, para cambiar su tipo de expresión por una artística: los legisladores no se distinguen por estar en contacto con la población de los Distritos que representan; el sistema de justicia, lento y complicado, desalienta a quienes desean interponer demandas por daño en propiedad ajena; y el Poder Ejecutivo, tanto estatal como municipal, se ha dedicado a echar a perder la ZMG con el desorden urbano y ambiental que ha fomentado.
También es cierto que el deterioro es tal que las mismas autoridades han comenzado a poner manos a la obra con algunas acciones bien planeadas, y otras, aunque bien intencionadas, resultan inútiles por falta de coordinación y seguimiento. Como muestra de esto último están las acciones para prevenir el vandalismo, que en su mayoría se enfocan a quitar los rayones en vez de buscar estrategias preventivas.
Otro aspecto a destacar es que mientras el Código Penal considera delito la pinta de bienes muebles o inmuebles sin consentimiento del dueño, en los Ayuntamientos se califica como falta administrativa. Dicha ambigüedad y hasta contradicción entre la ley y los reglamentos municipales ocasiona que a los graffiteros no se les pueda hacer prácticamente nada. Los Municipios deben retirar de sus reglamentos la figura del graffiti como falta administrativa, para que sea castigado sólo como un delito, cuya pena es hacer trabajo social, y si se reincide, la cárcel.
Por el lado de las acciones positivas, las mejores son las implementadas por los habitantes de las colonias y las autoridades municipales: las ciudades que más éxito han tenido en la erradicación del graffiti ha sido por motivar y organizar la participación ciudadana para evitar que los vándalos ensucien el patrimonio común que es la Ciudad.
Es indispensable continuar con la política de recuperar espacios urbanos para convertirlos en parques públicos, lugares donde los niños, al convertirse en adolescentes y después en adultos, puedan hacer del deporte el rito de paso entre una etapa y otra, en vez de hacerlo en la jungla de las pandillas dedicadas a agredir, violando la ley. El deporte es el mejor lugar para aprender a dirimir las competencias, muchas veces convertidas en rivalidades, en el marco de un juego, con reglas y árbitros incluidos.
Participación ciudadana, apoyo municipal y áreas verdes recreativas, hacia estos tres puntos hay que seguir dirigiendo los esfuerzos.
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